miércoles, 23 de abril de 2014

Comentad por favor :'(

Hola, sé que últimamente no estoy mucho por aquí, pero lleváis sin comentar ya dos meses y algo y esto se nota más solo todavía. No es mucho pedir, vuestra opinión y ya está. Que ya lo he dicho, un blog se nutre de los comentarios de la gente y, por esa regla de tres, esto va muriendo. Os pido un favorcillo de vez en cuando vale? Además que respondo a los comentarios, así que ya sabéis :)Un abrazo a todos, feliz semana :D

miércoles, 16 de abril de 2014

Capítulo 1

Era de noche aún y Medara permanecía sumida en la oscuridad, con sus calles alumbradas por los débiles destellos de las farolas. Era una ciudad grande, bastante poblada. De día bullía de actividad pero de noche estaba casi toda paralizada debido al toque de queda impuesto por el represivo gobierno a causa de los continuos conflictos. Las patrullas policiales hacían sus respectivas rondas siendo prácticamente el único movimiento que se apreciaba a esas horas por las calles. Sin embargo, a Kaleb eso no le importaba mucho. Era un chico de 22 años, muy alto, delgado y de hombros anchos. No le gustaba sentirse atado, no le gustaban las normas, quería ser su propio dueño así que estaba fuera, en Dragon Park, justo en medio de la gran urbe, sentado con las piernas cruzadas sobre uno de los bancos. Observaba en silencio la estatua de un león que presidía la fuente frente a la que estaba. Era un animal grande en posición de ataque que inspiraba respeto. Nadie sabía muy bien si representaba algo, ni siquiera se sabía desde cuándo estaba allí, pero a la gente le gustaba por la gran impresión que solía causar a los viandantes, que se paraban siempre a contemplarla con asombro. Estaba situada en uno de los lados del parque el cual era el pulmón de la ciudad, un inmenso laberinto de color verde con múltiples avenidas en el que no era difícil perderse. Uno podía pasarse la tarde entera allí y salir sin haber disfrutado de la mitad de la belleza que aquel lugar proporcionaba. Estaba poblado por una enorme cantidad de especies variadas de plantas y las distintas plazoletas que se formaban en su interior siempre albergaban alguna escultura curiosa. Aquel león en particular le gustaba, mirarlo le tranquilizaba y solía pasarse incluso varias horas allí sentado, en silencio, observándolo, respirando la quietud del lugar.
Tanteó el banco con la mano en busca de su cerveza, con la mirada aún absorta en la distancia pero cuando agarró la lata se dio cuenta de que ya estaba vacía.
-         Mierda.
Escuchar su propia voz en medio de aquel silencio le hizo despertar del sopor que le envolvía. Apoyó durante un momento la cabeza en las manos con los ojos cerrados y suspiró. Luego los abrió, bajó los pies al suelo y se revolvió su pelo castaño para peinarse. Se acercó a la fuente. No era nada llamativa, redonda, con cuatro caños que salían de cada uno de los lados de la base sobre la que estaba el gran felino. El fondo estaba limpio y podían verse algunas monedas, testigos de deseos que seguramente nunca se habían cumplido. Se quedó allí delante de la fuente con las manos en los bolsillos de su abrigo negro escuchando el silencio, mirando fijamente al animal, que tenía la garra en el aire y las uñas fuera demostrando su fiereza, y sonrió como despedida antes de darse la vuelta y dirigirse a una de las verja trasera del parque para saltarla, ya que las puertas estaban cerradas por la noche. Caminaba a paso lento arrastrando los pies sin prisa, podría decirse que casi con desgana. Su piso no estaba lejos pero tuvo que dar un buen rodeo para evitar las patrullas metiéndose por callejuelas estrechas. Poco después estaba ante la puerta de hierro del portal, la abrió con cuidado. Vivía en la quinta planta pero no utilizó el ascensor para no hacer más ruido del necesario. Todo estaba en silencio y sus pasos, aunque andaba con cuidado, resonaban en el corredor. Abrió la puerta del apartamento y entró cerrándola tras de sí.
-         Estoy en casa – susurró, aunque sabía que era el único ser humano que se encontraba entre aquellas paredes.
El piso era bastante amplio, con tres habitaciones, dos baños, una cocina y un salón. Avanzó a oscuras por el pasillo y atravesó el salón, cuya pared exterior era de cristal lo que aportaba mucha luminosidad durante las horas de sol. Ahora era la luz de la luna la que iluminaba el espacio a través de la gran cristalera. Estaba decorado al estilo contemporáneo, con dos sofás azul marino a un lado orientados hacia la televisión y una mesa blanca con sus seis sillas complementarias al otro, el suelo estaba cubierto de alfombras. Abrió la puerta de su habitación, en una de las paredes del salón. Se desprendió del abrigo y lo colgó en el armario, se quitó las deportivas y se desvistió dejando los vaqueros y la camiseta arrugados en el suelo, ya los recogería luego. Acto seguido se metió en la cama. No se durmió al momento. Su mente se vio atacada por recuerdos, miles de recuerdos. Imágenes, aromas, sonidos, voces. Al final, justo cuando el sol comenzaba a aparecer por el horizonte, el cansancio le venció y se entregó al sueño.
Se despertó ya entrada la mañana con la habitación completamente iluminada por el sol. Había olvidado bajar la persiana. Era un dormitorio amplio, con un gran armario, una mesa con su ordenador, una cama y una mesita de noche. Las paredes estaban llenas de posters de grupos de música y algunas fotos con amigos. Se removió en la cama sin ganas de levantarse pero finalmente echó a un lado el edredón y se levantó. Se arrastró casi dormido a la cocina y mantuvo un rato abierta la puerta del frigorífico decidiendo qué tomar. Se decantó por acabar el poco zumo que quedaba y cogió cuatro galletas de un estante.
-         ¿Y tú qué miras?
Un gato atigrado naranja le observaba con sus ojos azules desde la puerta, con curiosidad, y orientó las orejas en su dirección al oír al chico.
-         Sí, gordo, hablo contigo, ven aquí.
Al instante el gato obedeció y se acercó a su amo, que se agachó para dejar que el animal le olisquease los dedos de las manos buscando algo de comida. Al darse cuenta de que Kaleb no le ofrecía nada restregó su lomo contra sus piernas intentando llamar su atención. Él se rió y se levantó. El gato seguía todos sus movimientos suplicándole con la mirada mientras él echaba bolitas de atún en su tazón.
-         Anda, toma grandullón, que aproveche – le dijo al tiempo que el felino se abalanzaba sobre la comida.
Le miró mientras comía con una sonrisa cariñosa y cuando acabó le recompensó con una caricia que el gato agradeció ronroneando y frotando su cabeza contra su zapatilla. El teléfono comenzó a sonar interrumpiéndolos. Kaleb se incorporó de golpe y fue rápido al salón a por el inalámbrico.
-         Diga.
-         ¿Kaleb?
-         Papá.
-         ¿Cómo estás hijo? ¿Va todo bien por ahí?
-         Sí, como siempre. ¿Qué tal tú?
-         Bien, trabajando. No te habré despertado ¿no?
-         No, llevo despierto un rato, estaba desayunando con Romie.
Tras un silencio incómodo Kaleb preguntó:
-         ¿Cuándo volverás?
-         Hijo, ya hemos hablado de esto. No soy yo el que lo decide. Me necesitan. Mi lugar está aquí ahora… Debo colgar. Te llamaré luego.
El chico dejó el teléfono sobre la mesa.
-         Adiós papá… - susurró.
Se acercó al ventanal del comedor y se quedó un rato mirando a la calle con la frente apoyada en el cristal. Odiaba aquella situación. Estuvo así un momento observando a la gente pasar por la calle y decidió que quizás lo mejor era tomar el aire así que fue a vestirse. Recogió del suelo del dormitorio los vaqueros, cogió una camiseta al azar de las que colgaban de las perchas en el armario y se puso el abrigo. Cuando el gato oyó el tintinear de las llaves en su bolsillo se acercó a él interrogándole con la mirada.
-         Toda la casa para ti Romie. No podrás quejarte ¿eh bicho?
Salió del piso y cerró la puerta con llave. En la calle se encontró con el portero que entraba.
-         ¿Qué tal tu madre chico?
-         Bien, gracias.
-         ¿Sabes ya cuándo va a volver?
-         Que va, los médicos quieren estar seguros y esas cosas, pero supongo que pronto.
Se despidieron y el joven se dirigió calle abajo con su acostumbrado paso lento. La calle donde vivía no era un lugar muy frecuentado aunque quedaba cerca del centro. El único lugar de relativo interés era una pequeña floristería en una de sus esquinas, que tenía la cantidad justa de clientes que permitían al negocio mantenerse a flote a pesar de la situación de crisis global. Saludó con un leve movimiento de cabeza al dueño, que se encontraba en la puerta fumándose un cigarrillo. Tenía una pinta un tanto ridícula con un delantal verde que llevaba impreso el colorido logotipo de la empresa. El hombre le devolvió el saludo y volvió a sacar un nuevo cigarrillo del bolsillo delantero del delantal.
Paseó por la calle principal en dirección a una de las plazas más concurridas. Su paso lento contrastaba con el de las demás personas, todas apresuradas yendo de un sitio a otro, entrando en las tiendas a toda prisa y saliendo cargados con grandes bolsas. Alguno que otro se chocó con él y se alejó murmurando alguna disculpa cuando él le insultó molesto. Al fondo la calle se ensanchaba y confluía con otras en la Plaza del General Moline, en cuyo centro se alzaba una imponente escultura del militar, que era el Jefe de Estado. Ni siquiera levantó la vista, aquel hombre no merecía su respeto. Había un kiosco a uno de los lados, donde se paró a comprar una bolsa de patatas. Se sentó en un banco y se fijó en un grupo de chicas que estaban sentadas dos bancos más a la derecha. Charlaban animadamente pero no tardaron en darse cuenta de que las observaba, una de ellas le sonrió y él le guiñó el ojo haciendo que ella se sonrojase y apartase la mirada. Dejó de prestarles atención mirando hacia delante haciéndose el despreocupado, ya había conseguido lo que quería. Poco después las chicas se fueron, pasando cerca de él sonriendo y cuchicheando entre ellas.
Las palomas que picoteaban por el suelo levantaron el vuelo al paso de un joven que cruzó la plaza justo por delante de Kaleb, que vio solo los pantalones verdes y las botas militares.
-         Imbécil – dijo entre dientes.
El joven le escuchó y volvió sobre sus pasos poniéndose en frente de él.
-         ¿Qué has dicho?
-         Estás en medio, apártate – le respondió sin siquiera levantar la vista, llevándose otra patata a la boca.
El muchacho no se movió y le exigió una respuesta. Kaleb suspiró, arrugó la bolsa de patatas ya vacía, se sacudió las manos en el pantalón y se levantó obligando al otro chico a retroceder. Su metro noventa de altura y sus hombros anchos impresionaron al joven soldado que llegaba escasamente al metro setenta.
-         ¿Decías? – le preguntó con media sonrisa, como retándole, viendo como creaba en él inseguridad.
El chico dudó un momento e hizo un ligero movimiento con la mano hacia el arma que colgaba de su cintura. Kaleb levantó una ceja con curiosidad. “Nos ha salido estúpido” pensó. Sin embargo el joven cambió de opinión al darse cuenta del problema que podría causar sacando el arma. “Buen chico” a Kaleb se le agrandó la sonrisa.
-         Ya veo.
Se dio la vuelta y se fue dejando en ridículo al soldado que, enfadado, se dio prisa por abandonar el lugar. Kaleb siguió su paseo por una de las calles que divergían de la plaza y atravesó otras pocas hasta llegar a Dragon Park. Esta vez accedió por la entrada principal, unas inmensas puertas de hierro que permanecían abiertas de par en par. Era ya pasada la una y media y el parque estaba casi tan solitario como durante la noche. A excepción de alguna que otra pareja que aprovechaba la quietud no se veía nadie. El aspecto del lugar cambiaba durante el día, la luminosidad se colaba entre las hojas de los árboles y le concedía un aspecto más agradable y acogedor, con tonos más alegres. Se internó en el laberinto de caminos delimitados por los árboles hasta llegar a una de las plazoletas. Era un lugar bonito aunque menos iluminado que el resto del parque puesto que los árboles que la rodeaban eran muy altos y sus ramas se entrecruzaban unas con otras formando una especie de bóveda que impedía el paso de los rayos de sol. En el centro había una farola antigua con el poste cubierto por una enredadera formando un complejo bastante curioso. En un banco había un hombre. Por su aspecto harapiento parecía un vagabundo. Estaba entretenido lanzando piedrecitas al suelo para que su perro, igual de descuidado que el dueño, las persiguiera. Tardó un rato en percibir la presencia de Kaleb y le hizo señas para que se acercase. Se sentó a su lado.
-         Buenas, Fred ¿cómo va la cosa?
-         Va, va. ¿Y tú qué? Llevo días sin verte.
-         Yo bien, no he salido mucho últimamente, estudios y esas cosas –mintió.
El viejo rió y acabó tosiendo.
-         Deberías dejar de fumar si no quieres palmarla antes de tiempo.
-         Mira quién habla… ¿Quieres uno? – le preguntó sacando un arrugado paquete de tabaco.
-         Lo estoy dejando.
Fred volvió a reír, esta vez con más fuerza. Hurgó en sus bolsillos buscando su mechero sin encontrarlo. El chico sacó el suyo de los vaqueros y le dio fuego.
-         ¿Alguna novedad? – le preguntó el viejo.
-         Nada remarcable. Supongo que te has enterado mejor que yo de las protestas en Boor, en la tele solo dicen lo que quieren que creamos así que no es muy buen sitio si quieres saber lo que verdaderamente ha pasado. Por lo demás todo sigue igual.
-         Algo he escuchado, sí. Entonces el cretino de Moline sigue disfrutando al mando.
-         Por desgracia sí. Pero el pueblo se está cansando, no tardará en haber cambios… para bien o para mal.
-         Mientras sean sus cambios la cosa irá de mal en peor. El país no aguantará en pie mucho más con ese hombre al poder.
Ambos quedaron en silencio, mirando al perro que a falta de atención por su parte se había dedicado a perseguir un escarabajo cojo que encontró entre las hojas del suelo. El viejo volvió a recoger piedrecillas al pie del banco para tirarlas y distraer al animal de forma que dejase al pobre bicho.
-         Se aproxima algo gordo – el vagabundo rompió el silencio mirando a Kaleb fijamente a los ojos –, lo huelo.
El chico asintió y continuó mirando al suelo pensativo. El sonido de su móvil interrumpió sus pensamientos.
-         Diga… ¿Qué tal tío?... Mmm nada en especial… Vale, sí… Voy yo… Adiós Andrés – colgó –. Bueno Fred, me voy que ya tengo planes para esta tarde. Volveremos a vernos pronto.
Se levantó y el vagabundo le despidió con un apretón de manos, después siguió jugueteando con las piedras. Volvió a casa por el mismo camino por el que había llegado. La Plaza del General Moline estaba vacía, o eso le pareció en un principio, pero justo antes de girar tras pasar la estatua le pareció ver una melena pelirroja. Se quedó parado de golpe y miró a la derecha en busca de la chica. No había nadie. Aún así se acercó al banco donde creía haberla visto sentada y se asomó a las dos calles que había a los lados. Nada. Se llevó las manos a la cabeza y se obligó a tranquilizarse. El corazón le latía muy deprisa.
-         No seas imbécil – se dijo –. No es ella.
Aceleró el paso intentando no pensar, pero el recuerdo de la chica empezaba a invadir su mente. Llegó al bloque y pasó por delante del portero sin siquiera saludar. Cerró rápido la puerta el piso, dejó el abrigo en la percha de la entrada y se fue al salón. Romie dormitaba en el sofá y abrió un ojo en forma de saludo. Kaleb se tiró a su lado.
-         Quién fuera gato para no tener preocupaciones – el felino se estiró y se acercó a él para recostarse sobre sus rodillas –. Sí, hablo contigo gordo, que llevas una vida de envidia.
El chico echó hacia atrás la cabeza en el sofá y suspiró. Acarició al gato rascándole detrás de las orejas. Encendió la televisión y comenzó a pasar canales buscando algo que distrajese su mente, pero no había nada interesante. Dicen que cuando no quieres pensar en algo, cuanto más empeño pongas en ello más difícil es alejar ese pensamiento. La chica ocupaba ya la totalidad de su mente. El animal notó la inquietud de su dueño y se levantó para ir a tumbarse en una alfombra al sol cerca de la ventana. Entonces Kaleb se levantó de golpe. En la pantalla apareció de fondo la ciudad donde su padre se encontraba trabajando. El chico subió el volumen.
-         ... virus gripal agresivo y se ha decretado estado de cuarentena para la ciudad de Boor. Se han colocado unidades militares en todas las carreteras y el aeropuerto ha quedado clausurado hasta nuevo decreto. El Centro Médico de Investigación Don Jaime en Sylum analiza las posibles vacunas en busca de una cura. Y todos los hospitales están en alerta. Por el momento se ruega a los ciudadanos que mantengan la calma y continúen con las medidas higiénicas preventivas.
La presentadora dio paso a los deportes al acabar la noticia. Kaleb apagó la televisión, cogió el inalámbrico y marcó. Comunicaba. Marcó otro número. Le respondió una voz femenina, un tanto chillona.
-         Habla con el Centro Médico de Investigación Don Jaime. Dígame.
-         Quiero hablar con el doctor Kent.
-         Espere un momento por favor.
Una melodía repetitiva sonaba al otro lado. El chico se estaba impacientando cuando la voz chillona habló de nuevo.
-         Señor, me comunican que ahora mismo no es posible hablar con él. ¿Puedo ayudarle yo en algo?
-         Mire señorita, necesito hablar con él. Es mi padre, hágame el favor.
-         Volveré a preguntar, pero no le prometo nada.
La melodía de espera volvió a aparecer otro buen rato.
-         Al habla el teniente coronel Argasta. ¿Dices que eres el hijo del doctor Kent?
-         Exacto, ¿podría usted pasarme con mi padre?
-         Mira chico, no sé si has visto las noticias pero en este momento estamos muy ocupados y tu padre es aquí es una persona imprescindible que no puede perder su tiempo. Ya te llamará cuando todo esto acabe.
-         No me venga con cuentos… ¿hola? Venga ya hombre…

Habían colgado. Kaleb tiró el teléfono al sofá con enfado y soltó un puñetazo a la pared. El gato gruñó desde la alfombra. El chico se pasó las manos por la cara. “Un militar – pensó – ¿qué hace el ejército en Sylum?” Intentó llamar a su padre al móvil de nuevo sin obtener ningún resultado. No podía hacer nada excepto esperar que le dejasen llamarle y eso, tal y como pintaba la cosa, podía tardar varios días. Eran ya casi las tres así que fue a la cocina a por algo de comer. Durante las dos horas siguientes volvió a intentar ponerse en contacto con su padre pero el móvil seguía apagado y acabó desistiendo.

Hola :)

Hola de nuevo, tengo que pediros perdón por el tiempo que he estado sin aparecer por aquí, y es que los exámenes me tienen el tiempo muy absorbido. Por eso he vuelto para deciros que en estos dos meses que vienen no podré pasarme mucho por aquí si es que puedo. Ya cuando acabe selectividad estaré aquí otra vez como antes. Pero para no venir sin dejaros nada he decidido adelantaros una cosita que estoy escribiendo, el primer capítulo del que espero que sea mi primer libro. Está todavía sin pulir, en observación, así que se aceptan críticas constructivas (es más, se agradecen) Luego, conforme lo vaya cambiando iré editándolo por aquí también para que veáis los cambios. Un besito muy grande a todos :)