martes, 24 de diciembre de 2013

Navidad

Hoy ya es nochebuena. Puedo imaginar un sinfín de familias haciendo preparativos de última hora, comprando lo que falta para la cena de esta noche. Todos ajetreados intentando recordar todo lo que hay que preparar. Pero me pongo a pensar y me doy cuenta de que la mayoría de las personas ni siquiera se plantean qué es lo que se celebra. Se supone que en Navidad se recuerda el nacimiento de Jesús. Y mi pregunta es, si no crees ¿por qué la celebras? La gente ni siquiera piensa en esto en estas las fiestas. Ponen el belén, decoran la casa, cantan villancicos y todo lo demás... Pero ¿ y esto por qué? Yo no soy musulmana y no celebro el Ramadán, lo mismo que tampoco cumplo las fiestas judías. Sinceramente, no entiendo por qué alguien que no cree en Dios celebra el nacimiento de su hijo. Solo quiero haceros reflexionar sobre esto, y si lo pensáis bien, no tiene sentido ninguno. 
Ahora bien, para los que sí creemos en Dios, ¿de verdad tenemos bien presente qué estamos festejando? Porque el nacimiento de Jesús no se quedó ahí, traía algo más, es el mayor regalo de Navidad que pudo darnos. El hijo de Dios, que en el cielo lo tenía todo y se despojó de ello para bajar a la tierra, en forma de niño indefenso, decidió nacer en una familia pobre, habiendo podido elegir nacer en un lugar acomodado eligió un establo, y como cuna un pesebre. Y ¿para qué? Ese niño que nació anunciado por ángeles fue también aquel hombre que un día dio su vida por todos nosotros, sufriendo todo el peso de nuestros pecados, sin que ninguno de nosotros lo mereciésemos. Nos amó y tomó la decisión de salvarnos de lo que todos merecíamos, el sufrimiento eterno. Gracias a este regalo que nos hizo, a ese amor incondicional, ahora podemos ser salvos, podemos tenerle a nuestro lado. Lo único que pide es que nos rindamos a sus pies, reconozcamos que no somos nada sin él y lo aceptemos en nuestra vida.
Yo creo que es el mejor regalo de Navidad que nadie puede recibir. Y me gustaría que en estas fechas lo tuviéramos presente. Que no pensemos solo en aquel niño indefenso en un pesebre, sino en ese héroe que teniéndolo todo renunció a ello para poder salvarnos a nosotros.


Feliz Navidad :)

lunes, 16 de diciembre de 2013

Gracias

Ya es mi entrada número 20 y aún no tengo ni un seguidor, aunque sé que sí hay algunas personitas que de vez en cuando se pasan a hacerme alguna visitilla. Últimamente he estado un poquito alejada por motivos de estudio pero he vuelto. Deciros que a pesar de que no haya mucha gente por aquí, yo sigo persiguiendo mi sueño de poder llegar hasta el corazón de la gente, así que con una sola persona que me lea ya soy feliz. En el poco tiempo que llevo me he sentido muy bien porque la verdad es que me sirve para desahogarme y para no sentir que lo que escribo se queda perdido, abandonado y triste en una carpeta del ordenador. Total, si escribo es para que la gente lo lea y pueda sacar algo.
No me quiero alargar mucho que ya va siendo tarde y tengo que recuperar muchas horas de sueño. Solo me gustaría darlos las gracias a todos por pasaros aunque solo sea una vez, y espero poder seguir escribiendo muchísimo tiempo más para mostraros lo que hay en mi cabeza, que no es poco. Un abrazo :)

Cumpleaños :)

Bueno pues aquí estoy de nuevo, ya ha acabado el trimestre así que, si no ocurre nada, mi idea es estar por aquí más a menudo a partir de ahora. Hoy os traigo un pequeño relato que escribí el otro día para el cumpleaños de un amigo. Espero que os guste :)

Aquel día estaba nevando. Fuera la calle se recubría por un blanco manto, y el viento soplaba llevando de un lado a otro los delicados copos de nieve antes de que cayesen al suelo.
Pese al frío que inundaba el exterior, aquel salón mantenía un ambiente cálido. Las vivas llamas de la chimenea alumbraban la habitación a la vez que le proporcionaban una temperatura idónea. Había tres gatos esparcidos por la alfombra disfrutando del calor, y otro más se había acurrucado en su regazo. Jonatan lo acariciaba pensativo, con la mirada perdida en el fuego que parecía danzar alegre.
De pronto el sonido del timbre interrumpió sus pensamientos, el gato blanco se asustó y corrió a la alfombra a tumbarse junto a sus compañeros.
Abrió la puerta y se encontró a una joven con un grueso abrigo, un gorro y una bufanda de lana que solo dejaban al descubierto sus ojos marrones. Venía cargada de cosas.
-         ¿Me dejas pasar o no? ¡Me estoy helando! – le dijo tiritando.
Él se rió y le cedió el paso a la casa. Ella se dirigió inmediatamente al salón y dejó las bolsas junto a la puerta para correr hacia la chimenea y calentarse las manos, incomodando a los gatos ya que acaparaba el espacio.
-         Por lo menos quítate el abrigo que con tanta ropa va a ser imposible que te llegue el calor – le dijo a su hermana.
Ella le miró pensativa y se rió.
-         Siempre siendo más inteligente que yo.
Sara se fue desprendiendo de aquellas gruesas capas de ropa hasta quedarse con un jersey de lana, dejando lo demás apilado en un sofá.
-         Y, como no, viene acompañada de su desorden, para que se note su presencia – comentó Jonatan mientras colgaba todas las desordenadas prendas en la percha – Así pareces otra, te has quitado de golpe varios kilos.
Ella le rió la gracia y se acercó a las bolsas que había traído.
-         Te he hecho bizcocho… de chocolate – le dijo sacando una gran bandeja cubierta.
A él se le iluminó la cara y la destapó, sonriendo al descubrir un apetitoso bizcocho adornado con lacasitos.
-         ¡Feliz cumpleaños!
-         ¿Cómo no te voy a querer si eres la mejor hermanita del mundo?
Ella dejó la bandeja sobre la mesa y le abrazó con cariño.
-         Es que te lo mereces.
Partieron dos trozos del bizcocho y se sentaron, él en el sofá y ella en la alfombra, haciéndose un hueco entre los gatos que, al principio la miraron con recelo, pero al ver que tenía comida se le fueron acercando con la esperanza de conseguir algún pedazo. Pasaron la tarde hablando junto al calor de la chimenea y cuando se dieron cuenta ya había oscurecido.
-         Venga, hoy te invito yo a cenar – le dijo él –, que sé que la sopa te encanta.
Jonatan fue a la cocina a preparar la cena mientras Sara acariciaba a los gatos, que se peleaban por estar más cerca de ella.
La sopa no tardó mucho, entre los dos pusieron la mesa y comieron con gusto aquel caldo caliente. Al acabar compartieron otro pedazo de bizcocho y tras quitar la mesa él se volvió a la cocina para fregar los platos. Sara arrimó el sofá a la chimenea y se tumbó. Estaba tan cansada que se durmió al instante, acompañada del ronroneo de uno de los gatos que se había acostado a su lado.
Cuando él llegó y la encontró dormida sonrió. Buscó una manta y la tapó.
-         Buenas noches, peque – le susurró – descansa.
Apagó la luz y miró a los gatos, que se habían acomodado en el sofá con ella. Los llamó y no le hicieron caso.
-         Ya veo que esta noche me vais a abandonar – les dijo.
Salió de la habitación dejando la puerta entreabierta.
Fuera había parado de nevar, la luz anaranjada de las farolas se colaba por la ventana fundiéndose con el cálido ambiente del salón, iluminando tenuemente la sonrisa de la chica, que soñaba con aquel día que había conocido a su hermano.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Conmigo no estás sola.

Leyó la última frase de la conversación y el móvil cayó al suelo desde su mano, que quedó paralizada, al igual que el resto de su cuerpo. Una lágrima se fue resbalando por su mejilla hasta caer al suelo. Su cuerpo no le respondía y por su mente desfilaban palabras sin sentido y miles de imágenes borrosas. Empezó a marearse así que fue bajando lentamente la espalda apoyada en la pared hasta quedar sentada en el suelo. Se abrazó las piernas y se permitió llorar durante un buen rato. Se sentía completamente desconsolada. “Estoy sola, no me queda nadie, no sé que hacer”. Todo se fue nublando y la oscuridad la rodeó. Estaba perdida y desesperanzada. Entonces, entre aquella confusión, entre aquella niebla, apareció una lejana luz y una voz habló:
-         No estás sola, yo estoy contigo.
Era una voz que transmitía una tremenda paz, una voz que ella conocía. Levantó los ojos y vio como se iba acercando poco a poco una figura, un hombre alto y joven que, conforme se acercaba, iba haciendo desaparecer la oscuridad. Ella sonrió al verle, pero a la vez se avergonzó de sí misma, hacía tiempo que no hablaba con él. Le había dejado un poco olvidado los últimos días aún cuando le había prometido una amistad eterna no estaba poniendo mucho de su parte. Sin embargo cuando él se acercó su expresión era de alegría, no de enfado.
-         ¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras?- le dijo al tiempo que limpiaba una nueva lágrima que había salido de los ojos de la chica.
-         No sé que hacer… Ya todo está perdido. He estado haciendo mucho y no obtengo resultados de nada, cada paso que doy hacia delante parece que retrocedo dos. Hay demasiadas cosas, yo sola no puedo con tanto…
Él la miró y la abrazó un buen rato, dejando que sus lágrimas empapasen la manga de su jersey blanco. Pasado un momento le dio un beso en la cabeza. Y le sujetó el rostro haciendo que ella le mirase a los ojos.
-         Yo estoy contigo - repitió en un susurro – No te preocupes porque sabes que pase lo que pase no te dejaré.
Ella no pudo soportar por mucho tiempo una mirada tan profunda y sincera y apartando los ojos comenzó a llorar de nuevo en sus brazos.
-         Quiero poder hacer algo, sentirme útil, sentir que mis esfuerzos no son en vano…- dijo ella entre sollozos.
-         Para ayudar a otros primero tendrás que ayudarte a ti misma ¿no crees? – al ver que ella callaba continuó – No creas que no me doy cuenta de cómo estás, no pienses que de verdad me trago esa careta que llevas de estar bien, porque no es verdad y lo sabes. Estoy aquí por ti, para ayudarte, pero tienes que dejarme, quitar todas esas barreras que tienes, abrirte por completo.
Ella volvió a mirarle a los ojos, esta vez con seguridad.
-         Está bien, me rindo – le dijo -, necesito tu ayuda. Quédate conmigo, llévate todo el dolor que siento…
Él entonces se levantó y le tendió la mano para levantarla, la abrazó con fuerza y le dio un beso en la frente sonriendo.

Despertó acurrucada en el suelo. Se había hecho tarde y la luz que se filtraba por la ventana de su habitación era cada vez más tenue. Entonces recordó el sueño que acababa de tener, sonrió y sus ojos se encontraron con un objeto que reposaba en su mesita de noche desde hacía semanas. Era un libro, El Libro.