lunes, 9 de diciembre de 2013

Conmigo no estás sola.

Leyó la última frase de la conversación y el móvil cayó al suelo desde su mano, que quedó paralizada, al igual que el resto de su cuerpo. Una lágrima se fue resbalando por su mejilla hasta caer al suelo. Su cuerpo no le respondía y por su mente desfilaban palabras sin sentido y miles de imágenes borrosas. Empezó a marearse así que fue bajando lentamente la espalda apoyada en la pared hasta quedar sentada en el suelo. Se abrazó las piernas y se permitió llorar durante un buen rato. Se sentía completamente desconsolada. “Estoy sola, no me queda nadie, no sé que hacer”. Todo se fue nublando y la oscuridad la rodeó. Estaba perdida y desesperanzada. Entonces, entre aquella confusión, entre aquella niebla, apareció una lejana luz y una voz habló:
-         No estás sola, yo estoy contigo.
Era una voz que transmitía una tremenda paz, una voz que ella conocía. Levantó los ojos y vio como se iba acercando poco a poco una figura, un hombre alto y joven que, conforme se acercaba, iba haciendo desaparecer la oscuridad. Ella sonrió al verle, pero a la vez se avergonzó de sí misma, hacía tiempo que no hablaba con él. Le había dejado un poco olvidado los últimos días aún cuando le había prometido una amistad eterna no estaba poniendo mucho de su parte. Sin embargo cuando él se acercó su expresión era de alegría, no de enfado.
-         ¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras?- le dijo al tiempo que limpiaba una nueva lágrima que había salido de los ojos de la chica.
-         No sé que hacer… Ya todo está perdido. He estado haciendo mucho y no obtengo resultados de nada, cada paso que doy hacia delante parece que retrocedo dos. Hay demasiadas cosas, yo sola no puedo con tanto…
Él la miró y la abrazó un buen rato, dejando que sus lágrimas empapasen la manga de su jersey blanco. Pasado un momento le dio un beso en la cabeza. Y le sujetó el rostro haciendo que ella le mirase a los ojos.
-         Yo estoy contigo - repitió en un susurro – No te preocupes porque sabes que pase lo que pase no te dejaré.
Ella no pudo soportar por mucho tiempo una mirada tan profunda y sincera y apartando los ojos comenzó a llorar de nuevo en sus brazos.
-         Quiero poder hacer algo, sentirme útil, sentir que mis esfuerzos no son en vano…- dijo ella entre sollozos.
-         Para ayudar a otros primero tendrás que ayudarte a ti misma ¿no crees? – al ver que ella callaba continuó – No creas que no me doy cuenta de cómo estás, no pienses que de verdad me trago esa careta que llevas de estar bien, porque no es verdad y lo sabes. Estoy aquí por ti, para ayudarte, pero tienes que dejarme, quitar todas esas barreras que tienes, abrirte por completo.
Ella volvió a mirarle a los ojos, esta vez con seguridad.
-         Está bien, me rindo – le dijo -, necesito tu ayuda. Quédate conmigo, llévate todo el dolor que siento…
Él entonces se levantó y le tendió la mano para levantarla, la abrazó con fuerza y le dio un beso en la frente sonriendo.

Despertó acurrucada en el suelo. Se había hecho tarde y la luz que se filtraba por la ventana de su habitación era cada vez más tenue. Entonces recordó el sueño que acababa de tener, sonrió y sus ojos se encontraron con un objeto que reposaba en su mesita de noche desde hacía semanas. Era un libro, El Libro. 

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