miércoles, 9 de octubre de 2013

Azul

Corres. Corro. Corre. Corremos. Perdida en un laberinto sin salida. Algo la persigue y lo sabe, por eso huye. Puede ser el miedo o puede no serlo, siente que debe escapar y eso hace. El suelo a veces es liso, otras veces rugoso, a veces fluido, otras sólido. Pero el color siempre es el mismo. Azul. A juego con sus calcetines, que le llegan por encima de las rodillas, a rallas violetas y azules. Provocativo, dicen algunos, infantil, piensan otros. No importa. Ahora solo hay que correr, distanciarse lo máximo posible de él (o ella, el género en algunas cosas es irrelevante) Podría decirse que en este momento los pasillos son agradables, el color es el mismo, pero cambia, es acogedor, por lo menos a mí me lo parece. Ha parado de correr, no está cansada, pero han dejado de escucharse los pasos pesados a sus espaldas. Está tranquila, aunque no a salvo, y lo sabe, mas ahora prefiere no prestarle atención.
Tiene miedo pero no se nota, ahora está sola, no se puede permitir derrumbarse porque si lo hace ya no habrá salida y volverán los pasos, esta vez más rápidos, más fuertes, más invencibles. Sabe que no hay nadie que vaya a levantarla, ni ayudarla, ni frenar los pasos, o por lo menos quiere creerlo así. "Quizás la soledad no es tan mala como dicen, quizás es buena como compañera". Miente. Tiene miedo a ser dañada, al juicio de los demás sobre su persona. Pero ahora eso no importa, no hay nadie, solo ella. Ella y los pasos. Los pasos. Han vuelto. El tono azul va cambiando. Ya no es pálido, como el horizonte marítimo en una tarde invierno. Caen pequeños trozos hexagonales del techo y las paredes, dejando ver un azul oscuro, que acaba con casi la totalidad de la claridad. Se ha quedado paralizada, no por el miedo, sino porque algo le impide huir. Los pasos la llaman, susurran su nombre, o ella lo escucha. Cada vez suenan más fuertes, más cercanos. Todo tiembla, se notan breves variaciones en el color debido a ello. Extiende las manos a los lados, rozando con los dedos la pared, que se ha vuelto rugosa, casi hiriente al tacto. Pero ella no lo nota, o no quiere notarlo, por lo que sigue apoyando las manos, cada vez con más fuerza. Comienza a avanzar lentamente por el pasillo, que se hace más estrecho. Las protuberancias  de la pared se han incrustado en su piel, la sangre comienza a salir resbalándose hacia abajo, pero no está caliente, es fría, porque ella lo quiere así. Todo se estremece con tanta violencia que cae al suelo, donde queda sentada de rodillas, con un pie a cada lado. Los pasos no han parado, son tan fuertes que no se oyen, no se escuchan. Solo se sabe que continúan por las vibraciones violentas que producen. Ya ha caído el último hexágono azul pálido. Ahora a única claridad que hay es la que desprenden desde el suelo esos pedacitos de pared, que se van apagando lentamente. Ha comenzado a llover. No hay nubes y la lluvia no sale del techo. Simplemente llueve, y ya está. Aún así la sangre de la pared permanece, y allí seguirá siempre, aunque el azul cambie, o varíe la forma. Quedará donde está, porque es su lugar, porque existe. Mira sus manos, heridas pero limpias, no hay sangre en ellas, así debe ser, el agua se la ha llevado.
Ahora los pasos están sobre ella, la envuelven como la lluvia. Cierra los ojos, y todavía con las manos abiertas, sobre los muslos, mirando hacia arriba, dejando que las heridas beban del agua, levanta la cabeza, hacia la lluvia. De repente tiene ganas de gritar, siente furia y quiere descargarla así que abre la boca, los pasos han cesado. Nada tiembla, el agua que cae no suena. Entonces es cuando se escucha el grito. Un sonido desgarrador, hiriente, lleno de sentimiento. Nota como su garganta se rasga, pero no le importa, el dolor la calma. Se ha quedado sin aliento, tampoco importa. Cierra la boca y abre los ojos. Sonríe mientras vuelve a tomar aire, huele a tierra mojada, aunque no haya tierra por ninguna parte. Le gusta la lluvia, le gusta ese olor. Entonces su voz vuelve a elevarse por encima de todo y otro grito, esta vez más fuerte que el anterior hace que se estremezca el cúmulo de pasillos desordenados. Esta vez dura más. Descarga con él toda su ira, su frustración y sus temores. Cuando se le acaba el aire vuelve a abrir los ojos. La lluvia cesa, la pared comienza de nuevo a cambiar a un tono más claro, de forma que parece ir amaneciendo. Pero ella sigue en el suelo, sonriendo de forma inquietante, sin sentido.
Te vas. Me voy. Nos vamos. Ella se queda. Quizás desaparezca, o quizás si volvemos sigue estática, con esa expresión misteriosa. No lo sabremos si no regresamos. Pero no es momento de saberlo. Lo importante es que no tiene sentido quedarse. Hay que avanzar.


No os preocupéis si no entendéis nada, lo cual será lo normal. Es muy caótico y casi sin sentido para alguien que no sea yo. Es algo que escribí hace poco. Quizás alguien se ha sentido así alguna vez. Solo deciros que estas letras dicen más de mí de lo que se pueda pensar. Quizás resulte interesante...

0 comentarios:

Publicar un comentario